8.7.18

El Pasajero De La Lluvia




EL PASAJERO DE LA LLUVIA 

Sergio G. Domínguez 



Esta tarde, ni el olor de la lluvia sobre el césped cortado de esta mañana puede lograr calmarme. Ese olor siempre ha sido como una droga para mí. Antes de cada partido, encontraba la tranquilidad en este aroma, pero hoy no hay cura alguna que calme mi ansiedad.

Todo el estadio me abuchea, o al menos todos los aficionados del equipo perdedor. Acabo de dar por finalizado el partido y me siento totalmente paralizado. No puedo mover las piernas. Se han quedado fijadas al césped como si de cemento armado se tratase. 

Miro nervioso a mi alrededor una y otra vez. Busco la cara a la que pertenece su distorsionada voz, pero no puedo imaginarme cómo luce un psicópata.

- Esto nunca tendría que haber pasado - pienso.

Tantos años de lucha por hacerme un nombre respetable en medio de este circo para que, en la tarde más importante de toda mi carrera como árbitro, todo se haya ido al garete. 

Veo objetos caer cerca de mis pies. Escucho cómo las voces de más de un millar de personas se aúnan para corear insultos hacia mí. 

Intento entonces que la lluvia se lleve consigo todos los pensamientos negativos. Intento pensar en ella, en su cabello cobrizo, en sus "más alto, papá", que hasta hace solo unos días me gritaba cada vez que la montaba en el columpio que habíamos instalado en nuestro nuevo hogar. 

Y me la han arrebatado. Y una parte de mí me dice que, aunque hoy haya amañado una injusta victoria, no volveré a verla nunca más. 

Tengo un estadio entero que ahora mismo querría verme muerto, pero el precio es mi hija. Sana y salva, a cambio de darle la victoria al equipo de su país, como prometieron. Sin abrir la boca. Sin llamar a la policía. Sin trampas. Y he cumplido con mi parte.

Perderé mi trabajo y mi reputación. Seguramente mi cara saldrá mañana en varios noticiarios y pasaré a ser el nuevo pececito del que toda la prensa rosa querrá probar bocado. Pero, ¿y qué habrían hecho ellos? 

Cualquier padre movería cielo y tierra con tal de tener a su hija de vuelta. 

Siendo aún incapaz de realizar movimiento alguno, en medio de mi propia tempestad, un eco, que en mi mente suena muy lejano, me informa de que se ha producido un disparo. 

Un dolor repentino se apodera de mi costado izquierdo, y la sangre, que ahora yace entre mis manos, me informa de que estoy herido. 

Caigo de bruces en el campo y nadie viene a socorrerme. Pienso en sus ojos y entonces decido fundirme con el césped y pasar a formar parte de la lluvia.

Siento la fría lluvia mojar mi frente, enfriarla. Cierro los ojos y dejo que el agua recorra mi rostro. Empapando mis pestañas, haciendo mis párpados pesados e imposible la tarea de abrir los ojos. Dejo que el agua se lleve todo el mal que he hecho en mi vida. 

Noto cómo mi cabeza es levantada por alguien, y una voz que me suena familiar decirme algo que no alcanzo a descifrar. 

- Tienen a Sara. Tienes que salvarla. Lo siento - le digo.

Intento articular más palabras, ser más conciso, mirar a los ojos de quien me sostiene. Pero ya es demasiado tarde. 

Ahora soy un pasajero de la lluvia, y como tal, viajo dentro de una minúscula gota, que ha decidido volar en dirección inversa. Del césped, asciendo hasta lo más alto del estadio. De lejos alcanzo a vislumbrar el que alguna vez fue mi cuerpo. Miro a los cielos, y con el recuerdo de su primera palabra, - papá - , decido realizar mi último viaje hasta ella. 

La veo correr por una calle desierta, y tras ella, una furgoneta de matrícula italiana que decide no seguirla y girar a toda prisa en otra dirección.

- Está a salvo - pienso. 

Entonces, cuando empiezo a percibir unas sirenas sonando de fondo, mi pequeña se detiene y respira al fin tranquila. Mira al cielo, y yo me precipito en su mano derecha. 

Noto cómo una cálida lágrima emana de uno de sus ojos y se funde conmigo, pasando a ser, para los ojos de otras personas, una simple gota de agua que se ha hecho más grande en la pequeña palma de la mano de una niña, pero siendo en realidad, para nosotros, una unión del amor más puro e infinito.











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